No somos animales "racionales", según la célebre definición de Aristóteles. También tenemos emociones. Vivimos nuestra vida mediante nuestras emociones y son estas las que dan sentido a nuestra vida. Lo que nos interesa o nos fascina, aquellos a quienes amamos, lo que nos enoja, lo que nos conmueve, lo que nos aburre: todo esto nos define , con forme nuestro carácter, constituye nuestra identidad. Pero esta obviedad entra en conflicto con un viejo prejuicio y necesita afrontar una nueva fuente de entusiasmo.
El viejo prejuicio es que nuestras emociones son irracionales e interrumpen o perturba nuestra vida. El nuevo entusiasmo es que las emociones pronto serán completamente comprendidas por la ciencia (especialmente por la neurociencia), que tornar arcaicos nuestros habituales modos humanistas de pensar en ellas (burlonamente denominados "psicología prejuicio") [11].